CapÃtulo 104
El héroe asesinó al marqués Rodrigo.
Eso era todo lo que la gente no dejaba de repetir.
El héroe mató al marqués Rodrigo con la Espada Sagrada. El marqués murió en el acto, y el héroe fue encerrado en las mazmorras del palacio imperial, esperando juicio. El templo condenó enérgicamente al héroe, y el emperador tampoco dejarÃa pasar el asunto fácilmente.
La situación polÃtica del imperio ya era caótica tras una serie de asesinatos de figuras de la facción nobiliaria, y ahora soplaba un nuevo viento tempestuoso. Un viento espeso con olor a sangre.
Todos compartÃan la misma duda:
¿Por qué?
¿Por qué el héroe?
Como nadie conocÃa el motivo, no cesaban los rumores infundados.
—Parece que hubo algún problema con la Espada Sagrada.
A diferencia de Gerald, quien asistÃa a Eddie en sus labores, Ebon, encargado de recolectar información y operaciones encubiertas, trajo algunos datos.
—En verdad nadie parece saberlo. Hay muy poca información circulando. Solo después del juicio podremos saber algo.
—Ya veo.
Eddie recibió el informe por reflejo, pero habÃa poco que pudiera hacer. O más bien, casi nada.
Como habÃa dicho el emperador, ahora eran pocas las tareas que le correspondÃan.
Al caer la tarde, en la posada abarrotada, el 80% de las conversaciones animadas giraban en torno al mismo tema: el héroe, el marqués Rodrigo, el juicio...
Cuando Eddie recién llegó a este mundo, esos mismos clientes brindaban por el héroe. Ahora discutÃan su culpa.
No es que sintiera lástima por lo ocurrido con Arthur, pero no podÃa evitar preguntarse cómo habÃan llegado a este punto.
En realidad, fuera Arthur u otro, lo único importante para Eddie era Ketron.
Pero ni siquiera Ketron parecÃa muy afectado por los sucesos. Desde su ya habitual lugar en el patio trasero de la posada, junto a la Espada Sagrada, habló con voz serena:
—La Espada Sagrada tenÃa razón.
—¿Qué dijo la Espada Sagrada?
—Que antes de que yo derrocara a Arthur, quizá alguien más lo harÃa.
[—¡Te lo dije, ¿no?!]
La Espada Sagrada añadió con visible entusiasmo. De haber tenido pies, probablemente habrÃa saltado de alegrÃa.
Eddie imaginó por un momento al apuesto hombre de cabello blanco que habÃa visto antes saltando como un conejo, y negó con la cabeza.
Al carecer de pies, la Espada Sagrada se limitó a agitar la cuerda atada a su empuñadura para expresar su euforia.
—Pero ¿por qué lo habrá hecho Arthur?
Por más que lo analizara, Arthur no parecÃa el tipo de personaje capaz de semejante acto. Aunque solo lo conociera a través de los textos, precisamente por eso Eddie sabÃa que Arthur no era asÃ.
—No puedo saberlo con certeza.
Ketron eligió sus palabras con cuidado.
—Arthur es ambicioso, pero no estúpido. Sabe perfectamente dónde están sus intereses. Aunque esa ambición lo ha metido en problemas antes.
Eso Eddie lo sabÃa bien. Arthur, el super trol de «El héroe no oculta su poder». Claro, para el autor, un personaje asà era necesario para impulsar la trama, un mal necesario. Pero para los lectores, no habÃa peor fuente de frustración.
Y considerando el final de esta novela, Arthur ni siquiera era un mal necesario. Era directamente un eje del mal.
¿Un personaje tan ambicioso arruinarÃa su propio futuro asÃ? ¿Sin dejar siquiera una salida?
—Debió caer en una trampa. Por dejarse llevar por su ambición.
Esa fue la conclusión de Ketron. Aunque solo era una suposición, ya que ninguno conocÃa la verdad, Ketron estaba seguro de no equivocarse.
[—Era un tipo demasiado ambicioso para lo que tenÃa].
Hasta la Espada Sagrada estuvo de acuerdo.
Aunque algo le inquietaba, Eddie solo podÃa esperar a que Ebon trajera nueva información. Al fin y al cabo, esto no era más que Arthur recibiendo su merecido sin que Eddie o Ketron tuvieran que ensuciarse las manos.
El problema era que todo el incidente parecÃa artificial, nada natural.
Eddie apoyó la barbilla en una mano, sumido en sus pensamientos. Ketron lo observó fijamente.
Cuando Eddie callaba y se hundÃa en sus reflexiones, Ketron solÃa sentir que contemplaba una escultura exquisita, magnÃficamente tallada.
Claro, era una escultura extraordinariamente viva. Sobre todo cuando, al apoyar la barbilla, sus labios se deformaban levemente, dándole un aire encantador.
Al final, incapaz de contenerse, Ketron acercó su rostro al de Eddie como si intentara besarlo con naturalidad. Como era el patio trasero y no habÃa nadie alrededor, el gesto fue bastante descarado, pero Eddie, por reflejo, alzó una mano para tapar los labios de Ketron.
Mientras veÃa cómo el apuesto rostro de Ketron se tornaba de inmediato en descontento, Eddie apartó la mirada con incomodidad.
—La Espada Sagrada nos está viendo.
—¿Qué importa eso ahora?
No era que no se hubieran besado frente a la espada una o dos veces, pero antes no habÃan sido conscientes de su presencia. Ahora, sabiendo perfectamente que estaba ahÃ, dar ese paso le resultaba un tanto incómodo.
Al final, Eddie murmuró en voz baja:
—Esta noche te lo compensaré.
—…
Al oÃr eso, la expresión de Ketron se suavizó.
… Pero si pensaba en ello, ¿qué diferencia habÃa entre empujar a Ketron y simplemente seguir como estaban? Cada vez que estaban solos, no podÃan evitar besarse sin cesar.
Una tardÃa revelación hizo que la expresión de Eddie cambiara de manera extraña.
Esto era… prácticamente como si tuvieran una cama al lado y, a la primera oportunidad…
[—¿Qué? ¡¿Otra vez iban a hacer «eso»?!]
Justo cuando Eddie pensaba que eso no podÃa ser, la Espada Sagrada reaccionó de otra manera, saltando y gritando indignada.
—No, no lo hicimos.
[—¡Pero lo iban a hacer!]
¿No le habÃa dicho que no? Negándolo de nuevo, Eddie se trasladó junto a Ketron al interior de la posada. Ketron dijo que iba a devolver la espada sagrada a la habitación. La espada sagrada habÃa dado un brinco protestando, preguntando si acaso pretendÃan silenciarla, y mientras Ketron se ausentaba brevemente, Eddie volvió al mostrador y echó un vistazo alrededor para ver si habÃa algo que hacer. En ese momento, de repente, vio a un cliente entrar por la puerta de la posada.
—Bienvenida.
Con su habitual sonrisa, Eddie le dirigió un saludo y sus ojos se encontraron con los de esa persona.
Una mujer de cabello negro corto y ojos verdes.
…Era bonita, sin duda, lo suficiente para llamar la atención.
Su belleza era tan llamativa que atraÃa la mirada de forma natural. Sin embargo, su rostro transmitÃa una frialdad peculiar, y su aspecto no se asemejaba al de una plebeya común.
Tampoco vestÃa como una dama noble, ni tenÃa sirvientes, lo que hizo que Eddie inclinara la cabeza con curiosidad. No era que nunca hubiera nobles en la posada, asà que una dama de alta cuna no deberÃa sorprenderle, pero algo en su mirada turbia le resultaba extraño.
Bajo la mirada fija de Eddie, la mujer alzó lentamente una mano y chasqueó los dedos con un clic sonoro.
Entonces ocurrió algo extraño.
Todos los clientes que charlaban animadamente o comÃan se levantaron de golpe de sus asientos. El sonido de las sillas arrastrándose y golpeando el suelo resonó estruendosamente por la posada.
Y, de repente, toda esa gente salió corriendo en estampida hacia afuera.
—¿Eh?
Sebastián, que en esa ajetreada hora de la cena iba de un lado a otro sirviendo, soltó un sonido de confusión.
—¿Qué…?
Eddie también miró alrededor con sorpresa. No importaba si habÃan pagado o no. No entendÃa qué estaba pasando.
Lo más aterrador era que incluso los huéspedes del segundo piso habÃan salido corriendo, sin dejar a nadie atrás.
La escena resultaba grotesca.
La repentina avalancha de gente saliendo de la posada provocó gritos y alboroto en la plaza central, donde los transeúntes se asustaron.
Eddie sintió un escalofrÃo recorrerle todo el cuerpo.
En un instante, la posada quedó vacÃa. Solo quedaron quienes vivÃan allÃ.
—¡Amo Eddie!
—¡Eddie!
Como si hubieran percibido algo extraño, Gerald y Ebon salieron corriendo de la cocina, y Ketron, que habÃa subido al segundo piso para dejar la Espada Sagrada, bajó de nuevo con ella en mano.
—¿Boram?
El murmullo sorprendido de Ketron al reconocer el rostro de la mujer hizo que Eddie, tarde, se diera cuenta de que su descripción coincidÃa exactamente con la de Boram Evans en las novelas.
Boram Evans.
La joya de la casa del marqués Evans.
Una genia entre genias, nacida con un talento mágico incomparable incluso dentro de la poderosa familia de magos Evans. Dominaba principalmente magias destructivas y destacaba como una de las mejores magas de combate.
Aunque era una dama de alta nobleza, se unió al grupo del héroe en sus inicios para poner a prueba sus lÃmites.
Si AgustÃn habÃa sido un buen compañero para Ketron como guerrero, Boram lograba una excelente sinergia con él a través de la magia.
También conocida como una de las dos heroÃnas principales de «El héroe no oculta su poder», aunque en el pasado lo fue, ahora era una traidora que junto a Arthur habÃa traicionado a Ketron.
Y esa misma mujer habÃa llegado finalmente a la posada de Eddie.
De la manera más inesperada.
Ketron se interpuso frente a Eddie.
Ebon se colocó justo a su lado, y, sorprendentemente, Gerald protegió de inmediato a Sebastián, escondiéndolo tras de sÃ.
—¿Eh?
Sebastián, que miraba a Boram con expresión aturdida, puso cara de sorpresa al ver a Gerald bloqueándole el paso, pero este ni siquiera volvió la cabeza.
—¿Por qué ha venido Boram Evans aquÃ?
Gerald, que por pertenecer a una familia de magos reconocÃa el rostro de Boram, lanzó a Ketron una mirada interrogante, pero este tampoco supo qué responder. Ni él mismo entendÃa por qué habÃa aparecido de repente.
O mejor dicho, nunca imaginó que lo harÃa de esta manera.
Mientras Ketron y Boram se enfrentaban, ella no le prestó la menor atención y, en cambio, juntó las manos.
Ketron, tras haber pasado años a su lado, conocÃa demasiado bien el significado de ese gesto.
Era el movimiento que hacÃa cuando liberaba el mana que habÃa acumulado durante años.
Y eso era una señal terriblemente siniestra.
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