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Ketron Chapter 107


 Capítulo 107

Cuando Boram envolvió la posada de Eddie con un muro impenetrable de mana, los que estaban dentro no tardaron en darse cuenta de que se trataba de una gigantesca jaula, creada con una cantidad absurda de energía acumulada durante años.

No importaba lo que intentaran, no podían romper el muro de mana. 

No importaba lo que hicieran, no había forma de escapar. 

Esa era la fuerza de una jaula creada con el mana acumulado durante años por una maga excepcional. 

Ketron parecía estar hablando sin cesar con la Espada Sagrada, probablemente discutiendo sobre cómo salir de esa situación. 

Ketron era un héroe. Un verdadero genio versado tanto en magia como en esgrima, un mago-guerrero. 

Además, había sido compañero de Boram durante años, por lo que seguramente conocía algunas debilidades de su magia. 

Sin embargo, Ketron no actuó, a pesar de tener una opción. En ese momento crítico, dirigió una mirada intensa hacia Eddie, pero no le dijo nada. 

Eddie más tarde dedujo que quizás existía una forma de evadir el hechizo de Boram y escapar, pero probablemente era un método que solo permitiría salvarse a sí mismo y no a los demás. 

Pero Ketron ni siquiera consideró la opción de abandonar a Eddie para salvar su propia vida, por lo que ese camino quedó descartado. 

¡Crash! 

La jaula destruía todo lo que tocaba. Columnas, mesas, no importaba si era de madera o de metal, todo quedaba reducido a escombros mientras las paredes de maná se cerraban lentamente. 

Con todas las salidas bloqueadas, escapar parecía imposible. 

—¡Maldición, Gerald! ¿No tienes algún hechizo útil para esto? 

Ebon intentó varias veces romper el muro de mana, pero sin éxito, lo que lo hizo estallar de frustración. 

—Ni el teletransporte funciona. Lo tiene todo sellado. 

Gerald tampoco parecía tener una solución. Probó varios hechizos, pero al final negó con la cabeza, como diciendo que era inútil. 

Por más que Ketron, Gerald y Ebon se esforzaran, derribar el muro era imposible. Si el tiempo seguía pasando, los cinco acabarían aplastados como carne seca. 

Eddie, por supuesto, no podía hacer nada. Sin importar su linaje o su condición de «poseído pero no poseído», él era solo un humano común sin entrenamiento físico. Y esa normalidad lo dejaba muy por debajo del promedio de ese grupo extraordinario. 

Con mirada ansiosa, consciente de su impotencia, Eddie miró alrededor hasta que, sin darse cuenta, sus temblorosas manos agarraron las de Ketron. Aunque nada se resolvía, el contacto con esas manos grandes y firmes le dio una inexplicable sensación de alivio. Ketron, que seguía hablando con la Espada Sagrada, bajó la vista hacia las manos de Eddie, que lo sujetaban, y luego las apretó con fuerza, como prometiendo que no las soltaría pase lo que pasara. 

Finalmente, cuando el muro de mana estaba tan cerca que ya no quedaba espacio para retroceder, Eddie, desesperado, buscó algo, cualquier cosa que pudiera hacer, y su mirada se dirigió hacia las escaleras del sótano. 

—Ah. 

En ese momento, una posibilidad relampagueó en su mente. 

Aunque no era un «poseído» con habilidades especiales, sí tenía algo único que los demás no tenían. 

Un espacio que, por su naturaleza ajena a ese mundo, permanecía completamente aislado, inmune a cualquier influencia externa. 

Tal vez... solo tal vez... la tienda de conveniencia en el sótano... 

—¡Síganme! 

Eddie guió a los otros cuatro hacia las escaleras del sótano. 

—¡Agárrense de mi mano! 

Los cuatro pusieron cara de desconcierto, pero aparte de Sebastián, los otros tres eran del tipo que, si Eddie decía que se podía hacer pasta de soja con frijoles rojos (aunque claro, probablemente ya no existan ni frijoles rojos ni pasta de soja en este mundo), lo creerían sin dudar. Y como Sebastián tampoco tenía intención de oponerse, aunque también con el rostro confundido, todos terminaron tomando la mano de Eddie

La gente de ese mundo no podía percibir la tienda. Hasta ahora, solo Eddie podía entrar. Pero... ¿y si, al guiarlos él personalmente, ese espacio inaccesible para ellos se volviera alcanzable? 

No tenían otra opción. Era ahora o nunca. 

En las estrechas escaleras del sótano, no era fácil que todos con sus imponentes físicos se agarraran de Eddie al mismo tiempo, pero en el último momento, Eddie se lanzó hacia lo que para ellos parecía solo una puerta cerrada. 

Para los cuatro, debió de ser como ver a un muggle corriendo hacia el andén 9¾29. 

—¡Bam! 

Casi cayéndose, Eddie entró y sintió un alivio al ver a los otros cuatro desplomarse en el piso de la tienda junto a él. 

Su cuerpo, tenso por los nervios, finalmente se relajó al escuchar el familiar sonido del refrigerador. 

—Ha.

En el fondo lo había esperado, pero afortunadamente la apuesta había sido un éxito. 

Poco después de lanzarse hacia la tienda, un estruendo ensordecedor retumbó cuando el muro de mana chocó contra la entrada de la tienda, reduciendo todo a escombros. 

Eddie sintió un escalofrío al intuir en tiempo real cómo los restos se acumulaban en las escaleras del sótano, bloqueando la entrada por completo. 

Era obvio que, de no haber recordado a tiempo la tienda del sótano, habrían terminado igual que esos escombros. 

Como Eddie sospechaba, la poderosa magia de Boram no podía penetrar la tienda, un espacio ajeno a ese mundo. Era como si chocara contra un muro impenetrable. 

O quizás, simplemente, pertenecían a dimensiones distintas. 

—¿Qué es este lugar?

Aunque Ebon confiaba ciegamente en Eddie, no había anticipado sus planes. Sus ojos brillaron al ver el espacio surrealista de la tienda moderna. 

Ebon, fascinado por lo desconocido, no tardó en recorrer el lugar con entusiasmo, como un niño en un parque de atracciones. 

—¡Gerald, ven! ¡Hay cosas increíbles!

—Ebon, ¿es momento para esto?

Gerald lo reprendió, pero tampoco podía apartar la vista de los productos alienígenas exhibidos. 

Hasta Sebastián y Ketron parecían aturdidos ante ese espacio de diseño tan ajeno. 

—Eddie.

—Mmm... luego lo explico.

Eddie se anticipó a sus preguntas. Ahora mismo, entender ese lugar no era prioritario. 

Ketron miraba fijamente la comida instantánea que Eddie le había traído alguna vez, y luego observaba la leche de banana que él siempre llenaba hasta el tope, así como los fideos de pollo picante al fuego apilados en un rincón de la cocina.

Ahora que lo pensaba, el final de «El héroe no oculta su poder» también lo había leído en una tienda de conveniencia exactamente igual a esta. Y ahora que había traído al protagonista de esa novela, con quien tanto se había enfurecido al ver aquel final, a un lugar idéntico a su propia tienda, le resultaba una sensación extraña.

Eddie, sintiendo que su «secreto comercial» había sido expuesto, se rascó la mejilla. Luego, miró hacia afuera, donde parecía haber calma, y extendió cautelosamente la mano hacia los escombros que bloqueaban las escaleras. 

Pero Ketron lo detuvo antes de que su mano traspasara el umbral. 

—Aún puede haber mana residual de Boram. Podrías salir lastimado.

—Pero parece seguro ahora...

—Eddie.

Ketron frunció el ceño. Ante esa mirada, especialmente cuando se trataba de su seguridad, Eddie no tuvo más remedio que rendirse. 

—Está bien, no tocaré nada.

Mientras Ebon exploraba la tienda presionando botones del microondas vacío, abriendo neveras, tocando pantallas táctiles, los demás esperaron en silencio a que pasara el peligro. 

Al cabo de un rato, Ketron, alternando su mirada entre la tienda y las escaleras, usó magia para limpiar los escombros y subió. Eddie lo siguió. 

Afuera era un caos. No, peor. No quedaba nada. El primer piso de la posada, que Eddie se esforzaba por mantener impecable, donde horas antes los clientes se apiñaban, ahora solo era escombros. Y sobre todo ello, caía lluvia negra. 

El suelo ya estaba empapado. La energía demoníaca teñía todo de un negro siniestro. 

Gerald creó un paraguas mágico para proteger a Eddie de la lluvia. 

Pero Eddie ni siquiera lo notó. 

La lluvia negra, símbolo de los demonios, no... del Rey Demonio. 

Solo la había visto descrita en novelas. Ahora, contemplaba el cielo ennegrecido como por hollín. 

El rostro de Eddie palideció. 

No por el regreso del Rey Demonio. 

Griiiiiiiiiii.

Era ese sonido. 

El chirrido de engranajes desincronizados, ausente por tanto tiempo, que ahora resonaba en su cerebro con estrépito.


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