CapÃtulo 109
Habiéndose bañado primero, Eddie se tumbó en la cama y dudó un instante si debÃa fingir que dormÃa. Pero por más agotado que estuviera su cuerpo, el exceso de acontecimientos le impedÃa conciliar el sueño.
Y su compañero era Ketron. Probablemente el hombre más fuerte del mundo y, en cierto sentido, extremadamente perceptivo. No habÃa manera que confundiera a Eddie despierto con alguien dormido.
Al final, Eddie no tuvo más remedio que quedarse tumbado, mirando al techo ajeno mientras se hundÃa en sus pensamientos.
El mundo donde los recuerdos habÃan regresado, el Rey Demonio, la posada destruida, Boram, AgustÃn, la tienda de conveniencia, Arthur, la familia imperial...
Griiiiiii.
—Ugh.
Eddie frunció el ceño ante la ilusión auditiva de un chirrido de engranajes tan estridente que parecÃa perforarle los tÃmpanos.
Aunque ahora el sonido habÃa cesado, Eddie no era tan ingenuo como para creer que habÃa desaparecido porque todos los problemas se hubieran resuelto.
Esta calma actual se asemejaba más a la quietud previa a la tormenta. Esa breve tranquilidad antes de que llegara el huracán.
Resultaba incluso más aterradora precisamente por su silencio. Porque no sabÃa qué iba a ocurrir. Por suerte o desgracia, no habÃa sucedido nada como durante el torneo, donde la narrativa forzaba un giro para corregir la historia...
O quizás... no era que no hubiera girado, sino que no habÃa podido hacerlo.
Por mucho que lo pensara, el Rey Demonio era un ser que no deberÃa existir en la segunda parte. Tal vez todo lo relacionado con él era una anomalÃa que ni siquiera la narrativa de esta segunda parte podÃa controlar.
Entonces... ¿qué debÃa hacer él?
La resurrección imprevista del Rey Demonio era un problema, pero ¿acaso Eddie, quien habÃa cambiado a Ketron, no se acercaba más al rol de antagonista que arruinaba al protagonista que al de mero aliado de esta segunda parte?
No era descabellado que Eddie pensara asÃ. De hecho, llevaba un buen tiempo con estas reflexiones.
Si todo hubiera seguido el plan original: rescatar a Ketron, ofrecerle un lugar donde quedarse y permanecer como un aliado útil, quizás habrÃa tenido un lugar en el final de la segunda parte.
Pero al final, cuando revisó ese desenlace, no habÃa rastro de Eddie.
Llegó a considerar que quizás existÃa en ese momento final, simplemente fuera de escena.
Uno de esos personajes secundarios que no se mencionan ni aparecen, pero que siguen viviendo en algún rincón del mundo. Muchas novelas no se molestan en detallar el destino de cada personaje menor. Sin embargo, Eddie tenÃa el fuerte presentimiento de que, cuando llegara ese final, él ya no existirÃa dentro de esta historia. Porque para Ketron, Eddie ya no era un simple secundario.
Era inevitable esa ansiedad. El temor de que, antes del final de la segunda parte, esta narrativa borrara por completo su existencia.
No podÃa ignorarlo. En algún momento, la historia habÃa empezado a mostrarle hostilidad sin disimulos.
Como si fuera un error corrupto que habÃa arruinado al protagonista.
—¿En qué piensa?
Mientras Eddie, atrapado en su espiral de pensamientos, seguÃa despierto y absorto mirando al techo, Ketron salió del baño con el torso desnudo. Al vislumbrar por el rabillo del ojo ese cuerpo perfecto aún perlado de agua, Eddie se apresuró a desviar la mirada.
El futuro incierto era un problema, pero la situación inmediata tampoco ayudaba.
La posada habÃa quedado destruida. Naturalmente, no habÃa podido rescatar ni la ropa de Ketron que con tanto esfuerzo habÃa comprado, ni la suya propia, ni los objetos personales que guardaba allÃ, como la caja de música que Ebon le regaló. Al recordarlo, Eddie dejó escapar un suspiro hondo.
Aunque esta mansión era una de las propiedades imperiales, al no ser una residencia habitual, no habÃa ropa de repuesto.
Gerald habÃa usado magia para limpiar la ropa empapada por la lluvia negra, pero hoy solo tenÃan lo que llevaban puesto. Mañana mismo tendrÃan que ir a comprar más.
Aunque dudaba que, con el Rey Demonio resucitado, hubiera comerciantes lo suficientemente temerarios como para mantener sus tiendas abiertas.
—Bueno... pensaba que primero necesitamos ropa.
—¿Le incomoda?
—Al menos serÃa bueno tener algo cómodo para cambiarse. A menos que planeemos andar desnudos.
Eddie no era particularmente quisquilloso, pero preferÃa dormir con ropa cómoda.
Asà que lo lógico serÃa quitarse la ropa incómoda ahora. Sin embargo, aunque solÃa dormir en pijama o, si no tenÃa, directamente desnudo, en ese momento llevaba puesta cada prenda impecablemente.
¿La razón? Eddie ya sabÃa que aparecer semidesnudo ante Ketron equivalÃa a ofrecerse en bandeja.
Pero mientras él se consumÃa de nervios ante la idea de ser devorado, Ketron, lejos de preocuparse por eso, más bien parecÃa esperar con los brazos abiertos que Eddie fuera quien lo atacara, exhibÃa su magnÃfico cuerpo sin el menor reparo, lo mirara o no.
No... a estas alturas, más que lo mirara o no, daba la impresión de querer ser visto.
Ciertamente, su cuerpo era impresionante. No, iba más allá de lo impresionante. Era obvio que ni con uno o dos años de entrenamiento intensivo se podrÃa lograr un fÃsico asÃ.
Eddie, que habÃa estado mirando absorto el cuerpo de Ketron, terminó cruzando miradas con él.
Sin saber dónde posar los ojos, Eddie solo logró rodar las pupilas antes de clavarlas en un punto vacÃo del aire.
—Puede seguir mirando si quiere.
—¿Mirar qué...?
Eddie negó con torpeza. Ketron, que debÃa haber percibido claramente su mirada, en lugar de señalar su pésima mentira, dijo esto:
—Total, es suyo.
Ketron se sacudió el cabello semihúmedo antes de acomodarse con naturalidad en la cama donde Eddie yacÃa.
Al hundirse un lado del colchón, Eddie tardÃamente fijó la vista en Ketron.
Con gesto natural, Ketron alargó la mano y acarició la mejilla de Eddie. Una caricia que ya le resultaba bastante familiar.
¿En qué estaba pensando? El comentario de Ketron hizo que Eddie olvidara por completo sus reflexiones anteriores, parpadeando varias veces.
Ah, sÃ. Estaba teniendo pensamientos bastante serios. Aunque tantas cosas lo atormentaban que no lograba articularlas, habÃa muchas preguntas que querÃa hacerle a Ketron.
¿Cómo se sentÃa ahora que el mundo por fin lo recordaba? ¿Estaba bien? ¿Qué planeaba hacer ahora que el Rey Demonio habÃa resucitado? Las preguntas brotaban, pero al final lo que Eddie dijo fue esto:
—Ket... ¿qué quieres hacer de ahora en adelante?
En realidad, aparte del sonido de engranajes, Eddie no sentÃa mayor confusión por la situación actual. Nunca habÃa vivido en un mundo dominado por el Rey Demonio, asà que su resurrección no le resultaba tangible.
Pero Ketron, una de las vÃctimas más antiguas de ese mundo y quien realmente lo habÃa derrotado, sin duda debÃa tener sentimientos encontrados.
—No lo sé.
Sin embargo, Ketron no parecÃa tan perturbado como Eddie esperaba.
—Antes o ahora, mi deber es el mismo. Matar al Rey Demonio. Asà que no hay nada en qué pensar.
El joven que una vez persiguió la gloria ahora parecÃa indiferente a todo eso. Mientras hablaba con frialdad de su obligación, apagó la luz mágica que iluminaba la habitación.
Al acostarse junto a Eddie con naturalidad, un denso aroma corporal emanó de Ketron.
Al ser una habitación individual, la cama no era muy grande, y ambos terminaron pegados como solÃan estar en la posada de Eddie.
Aunque ni Ketron ni Eddie tenÃan cuerpos pequeños, y lo lógico serÃa que sintieran incomodidad, ninguno de los dos lo consideró un problema.
Ya se habÃan acostumbrado a esta cercanÃa, y sabÃan bien lo agradable que era el calor del otro.
Ahora, Eddie solo necesitaba mirarlo a los ojos para entender. Cuánto lo querÃa Ketron, cuánto espacio ocupaba en su corazón.
Y cuánto se estaba conteniendo.
El joven de apenas veinte años, lleno de vigor, parecÃa cultivar paciencia dÃa tras dÃa.
Acostado frente a Eddie, Ketron acercó sus labios, y Eddie los separó con naturalidad al primer contacto.
La lengua que invadió su boca era gruesa. Se movÃa con tal libertad, como si la boca de Eddie fuera su territorio, que resultaba difÃcil creer que perteneciera al mismo hombre cuya torpeza en su primer beso habÃa sido legendaria. Ahora su destreza solo lograba enredar inútilmente las entrañas de Eddie.
Se ha convertido en un demonio de los besos.
Como lo único que Eddie le permitÃa eran besos, era lógico que Ketron hubiera perfeccionado esa habilidad. Como él mismo habÃa prometido, era bueno en todo lo fÃsico, y su técnica habÃa mejorado en un abrir y cerrar de ojos.
Probablemente, si llegara a conocer algo más, solo sentirÃa torpeza al principio antes de dominarlo igual de rápido.
Esa noche también, aunque al comienzo sus movimientos fueron torpes, pronto se adaptó y terminó manipulando a Eddie a su antojo.
Al recordar algo que habÃa olvidado, Eddie sintió cómo su rostro ardÃa.
Se sentÃa como si hubiera caÃdo en su propia trampa al intentar rescatar a Gerald, aunque, para ser justos, la expresión de Gerald ante el comentario de Sebastián era más de —¿por qué actúa asÃ? —que de verdadera incomodidad.
Ketron, como si entendiera la expresión atormentada de Eddie rodando los ojos, después de mordisquear y chupar sus labios un buen rato, suspiró y habló:
—No lo haré. No quieres eso conmigo.
Por supuesto, eso era un malentendido absurdo.
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