CapÃtulo 111
Durante un tiempo, Eddie disfrutó de dÃas pacÃficos.
Como la posada se habÃa derrumbado por completo, naturalmente se quedó sin quehaceres y, sin quererlo, se convirtió en un perezoso.
Gerald, por su parte, simplemente habÃa cambiado de gestionar la posada a ocuparse de la mansión, y continuaba manejando todos los asuntos domésticos por su cuenta, pero Eddie ya no tenÃa libros de cuentas que ordenar, ni necesidad de sacar cosas de la tienda de conveniencia.
Tampoco se escuchaba aquel molesto chirrido, asà que, superficialmente, todo parecÃa bastante tranquilo.
Aunque afuera de la mansión donde se alojaban, el infierno habÃa descendido como si el fin de la humanidad hubiera llegado.
Pero el mundo de Eddie era pacÃfico, como si estuviera completamente aislado de ese infierno exterior. Nada notable ocurrÃa.
¿O sÃ?
De algún modo, la atmósfera entre Sebastián y Gerald se habÃa vuelto bastante extraña desde aquel dÃa, y eso le inquietaba un poco.
En realidad, como la posada ya no existÃa, Sebastián tampoco tenÃa trabajo. Eddie le habÃa ofrecido quedarse en la mansión principal, incluso sugiriendo un ‘permiso pagado’ hasta que reconstruyeran la posada, pero Sebastián negó con la cabeza.
—¿Qué clase de travesuras harÃan esos dos si no estoy vigilando?
Dijo esas palabras.
¿Qué tan alta era la posibilidad de que por ‘esos dos’ se refiera a Gerald y Ebon?
Desde entonces, Sebastián seguÃa descaradamente a Gerald como una sombra. En teorÃa era para ayudarle, pero ¿cuánto podÃa ayudar fÃsicamente a un mago que resolvÃa todo con hechizos?
En la práctica, se le pegaba como una lapa. Como un tiburón ventosa.
—¿Te has vuelto loco?
Incluso Gerald, que al principio toleraba su comportamiento, al cabo de varios dÃas terminó soltando esas palabras duras.
—No estoy loco.
Mientras se miraban fijamente, la escena era… bueno, si lo decÃa sonarÃa raro, pero era una digna de solicitar palomitas y una gaseosa.
Ambos conocÃan la tienda y no tenÃa problemas en sacar esas cosas para disfrutar, pero cada que notaba esa extraña atmosfera entre ellos, preferÃa desaparecer deslizando hacia atrás en un moonwalk desde donde estaba.
N/T moonwalk: Paso de baile en el que el bailarÃn se desliza hacia atrás mientras crea la ilusión de avanzar hacia adelante. Popularizado por Michael Jackson.
No era tan descarado como para espiar las aventuras amorosas de otros.
Además, tampoco era quien para criticar.
Ketron ahora que expresaba su cariño sin preocuparse por lo que pensaran los demás.
Cuando el marqués Rivalt ofreció enviar sirvientes a la mansión, Eddie los rechazó pensando que, igual que en la posada, la magia de Gerald bastaba. Ahora se alegraba de esa decisión, pues Ketron ya no se contenÃa en absoluto.
Era increÃble cómo habÃa aguantado antes.
Claro, si lo pensaba bien, tampoco es que se hubiera reprimido mucho. Pero en la posada, con tanta gente alrededor, no podÃa pegarse tan descaradamente. AquÃ, en cambio, esos lÃmites habÃan desaparecido por completo.
A diferencia de la posada, aquà casi no habÃa miradas indiscretas, y quienes los veÃan ya conocÃan su relación. Eso los hacÃa más atrevidos.
«Aunque, en todo caso… Sebastián es comprensible, pero ¿cuándo se enteraron Gerald y Ebon? ¿Por qué no les sorprende? ¿Acaso fui el único que no se dio cuenta?»
No es que Eddie estuviera disgustado con la situación.
¿Disgustado? Al contrario, estaba feliz.
—Eddie.
Ver a aquel famoso héroe de carácter hosco derretirse como azúcar al llamar su nombre era una escena agradable de ver incluso dejando de lado los lentes de enamoramiento con los que Eddie miraba a Ketron.
Después de todo, ¿cómo podrÃa odiar a un hombre tan apuesto que se acerca con esa cara de estar perdidamente enamorado?
Besar, compartir cama, cruzar poco a poco esos lÃmites… Asà pasaban los dÃas, uno tras otro.
Afuera parecÃa haber caos, pero ni Gerald ni Ebon, ocupados yendo de aquà para allá, se molestaban en informar a Eddie.
Claro, si preguntaba, no ocultarÃan nada. Pero Eddie tampoco sentÃa curiosidad por lo que ocurrÃa fuera. Seguro serÃan noticias frustrantes.
Aun asÃ, un rumor llegó a sus oÃdos:
La gente clamaba para que el héroe volviera a alzarse para derrotar al Rey demonio.
—Haah.
Al oÃrlo, Eddie no pudo evitar que la irritación le hirviera en el pecho.
¿Lo olvidaron y abandonaron, y ahora vienen a exigir que cumpla su deber como héroe?
¿Acaso ahora, después de que ya una vez luchara junto a sus compañeros, sufriera graves heridas y regresara perdiéndolo todo, solo para quedar lleno de cicatrices, Ketron debe volver a pelear por la humanidad?
¿Por una humanidad que todo este tiempo lo olvidó?
Claro que, incluso dejando de lado esa razón, Eddie no querÃa que Ketron se enfrentara al Rey Demonio.
SabÃa que no era culpa de la gente de este mundo, pero ¿quién querrÃa arrojar a la persona que ama a un camino donde podrÃa morir? Todos sentirÃan lo mismo.
La persona que amaba.
—…
Al recordar esos sentimientos que ahora admitÃa por completo, el corazón de Eddie latió con un sonido alegre.
«Mi héroe, mi protagonista.
La persona que amo».
Dadas las circunstancias actuales, que distan mucho de ser seguras y que ya no se parecen en nada al final que la historia deseaba para la segunda parte, si no fuera por la conciencia de que era un momento para actuar con cautela, probablemente no habrÃa podido resistirse a contarlo a los cuatro vientos.
—Haaa.
Sumido en sus pensamientos, Eddie dejó escapar un suspiro profundo y se desplomó contra la pared.
Sin nada que hacer, no podÃa evitar pensar. Y en situaciones como esta, los pensamientos solÃan fluir hacia direcciones nada buenas.
¿Cómo avanzarÃa esta «historia»? El escalofriante chirrido, como si en cualquier momento todo pudiera desmoronarse, ya no atormentaba a Eddie… pero eso, más bien, lo inquietaba aún más.
El mundo se habÃa sumido en un silencio absoluto. Contrario al final previsto, el Rey Demonio habÃa regresado, y con él, los recuerdos del mundo.
Si pensaba en el final de la segunda parte, quizás habrÃa vuelto de otra forma… o quizás no habrÃa vuelto. Pero si las cosas terminaban asÃ…
«¿Qué será de este mundo ahora?
¿Cómo fruirá la historia?»
Aunque últimamente ningún ruido relacionado con la historia lo atormentaba, tampoco era momento de relajarse. Por eso, Eddie pasaba muchas noches en vilo, perdido en sus pensamientos.
Claro que el problema era que, por más que él hiciera eso, nada cambiaba. Ese era el mayor problema: no poder hacer nada.
El mundo exigÃa el regreso del héroe, y mientras el tiempo pasaba sin cesar, él no tenÃa forma de actuar.
Lo único que tenÃa era esa tienda de conveniencia que lo seguÃa a todas partes.
—Esto… ¿acaso somos uña y mugre?
Como si el lugar donde Eddie se quedara fuera también el suyo, en el sótano de la nueva mansión donde se habÃa instalado, apareció naturalmente la tienda de conveniencia.
Originalmente, el sótano de la mansión tenÃa una bodega de vinos vacÃa, pero desde que Eddie llegó, ese espacio se transformó en una tienda.
Cuando Eddie, sin inmutarse, comenzó a sacar productos del interior, Gerald lo miró con una expresión extraña, mientras que a Ebon le brillaban los ojos como un cuervo que encontraba una joya.
Eddie habÃa pospuesto la explicación sobre la tienda con un «ya lo entenderán más tarde», pero Ebon, cada vez que lo veÃa, le suplicaba con ojos brillantes que lo llevara de nuevo.
Dijo que ya habÃa revisado el sótano de la posada de Eddie, completamente derrumbado, pero no encontró nada.
A Ebon, que siempre ha disfrutado de coleccionar rarezas, la tienda le parecÃa un parque temático.
—Necesito un poco más de tiempo.
Esa era la única forma en que Eddie podÃa calmarlo.
Con el mundo ya complicado por una trama que se desviaba por completo de lo planeado, si intentaba explicar y hacer entender la existencia de la tienda a los demás, quién sabÃa qué represalias de la historia enfrentarÃa.
Aun cuando Eddie no les diera ninguna explicación, Gerald y Ebon no mostraban el más mÃnimo resentimiento.
Quizás, por ser personajes que él habÃa creado, actuaban como si la existencia de Eddie fuera absoluta.
Incluso recordaban bien cuando les dijo que se llevaran bien con Ketron, y aunque con algún que otro roce, hacÃan lo posible por mejorar su relación con él.
Esa parte lo llenaba de satisfacción.
AsÃ, la mansión en la capital donde Eddie vivÃa, aunque con algún chirrido ocasional, funcionaba más o menos bien.
Pero fuera de la mansión, no era el caso.
—Al final, en la reunión del consejo nacional, alguien dijo: «¿Qué está haciendo el héroe?».
El marqués Rivalt llegó con un rostro que parecÃa haber envejecido años en solo unos dÃas.
—También se habló de liberar a Lady Boram y formar un grupo para derrotar al Rey Demonio. Claro que es una idea absurda, ni siquiera el marqués Evans estarÃa de acuerdo.
ParecÃa que la situación del imperio empeoraba dÃa a dÃa.
Aunque en realidad no era un problema exclusivo del Imperio, se decÃa que solo el Imperio poseÃa la fuerza nacional necesaria para enfrentar al Rey Demonio.
Quizás fuera un fallo en la configuración de la novela. «El héroe no oculta su poder» era, después de todo, una novela ambientada en el Imperio, con personajes imperiales, por lo que otros paÃses nunca recibieron atención.
De hecho, en un mundo dentro de una novela, las cosas que no han sido destacadas por la trama suelen ni siquiera aparecer, asà que en la mayorÃa de los casos simplemente no existen.
Probablemente por esa misma razón, cuando Eddie visitó por primera vez la Biblioteca Nacional, las páginas de la historia del Imperio comenzaron a llenarse en tiempo real.
Por el mismo motivo, tampoco existÃan figuras extraordinarias fuera del Imperio. Era obvio que en un trasfondo ignorado no podÃan surgir personajes excepcionales, asà que, llegados a este punto, resultaba difÃcil esperar que aparecieran otros capaces de reemplazar al grupo del héroe.
—¿Asà que al final Ketron tendrá que intervenir?
Al preguntar Eddie, el marqués Rivalt vaciló un instante antes de asentir.
—Sé que es una petición desvergonzada, pero asà es.
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