CapÃtulo 112
El marqués Rivalt dejó escapar un suspiro profundo. Probablemente su hyung habrÃa soltado ese mismo suspiro.
Era una situación en la que el mundo, que ya habÃa olvidado al héroe una vez, ahora le exigÃa sacrificarse de nuevo porque el Rey Demonio habÃa resucitado. Ni siquiera lo recibieron con agradecimiento, mucho menos con los beneficios que le habÃan dado al impostor en su nombre, y ahora lo empujaban fuera para que derrotara al Rey Demonio otra vez.
DebÃa sentir vergüenza. Tal vez incluso humillación.
Pero también sabÃa, al igual que Eddie, que no habÃa otra manera.
—…
La expresión de Eddie se ensombreció por sà sola.
Por supuesto, Ketron creÃa que era su deber, hasta el punto de decir: —Debo derrotar al Rey Demonio. —Tanto en el pasado como ahora.
En la obra original, siempre habÃa sido asÃ.
[—Si es algo que puedo hacer y debo hacer, entonces lo haré].
Por eso era el héroe. Un protagonista que, aunque a veces parecÃa frÃo y despiadado, nunca ignoraba sus responsabilidades, y al final, siempre alzaba la mano de la justicia.
Por eso Lee Jeong-hoon también se habÃa enamorado de ese protagonista. Precisamente porque era un personaje que habÃa cuidado tanto, verlo enfrentar ese final lo habÃa enfurecido.
SabÃa que no habÃa otra opción.
Pero aun asÃ, el corazón de Eddie se sentÃa incómodo.
Además, Ketron le habÃa dicho esto:
—Porque es el mundo en el que vives.
—…
—Porque es el mundo donde quiero vivir contigo.
Asà que lo eliminarÃa.
¿Qué se podÃa decirle a alguien que hablaba asÃ? Al final, Eddie no tuvo más remedio que asentir.
Una partida inevitable se acercaba. Tan cerca que ya rozaba la punta de la nariz.
* * *
Desde aquel dÃa, Arthur habÃa dejado de comer.
No tocaba la comida que le llevaban, ni emitÃa ni una palabra de las protestas que antes solÃa vociferar. Se encogÃa en un rincón de la celda, hundÃa la cabeza entre las rodillas y no se movÃa.
Cuando empezó a actuar asÃ, justo cuando los recuerdos del mundo regresaron, los guardias que antes lo habÃan mirado con lástima y fruncÃan el ceño ante sus afirmaciones de —Yo no hice eso—, cambiaron de actitud en cuanto supieron que era un impostor.
Un traidor que habÃa robado la gloria del verdadero héroe.
Un criminal que, encima, habÃa asesinado al marqués Rodrigo.
Todos lo miraban con desprecio. Lo insultaban abiertamente, preguntándose cómo alguien podÃa ser asÃ. Claro que Arthur, aunque era obvio que los escuchaba, no mostraba ninguna reacción.
En resumen, sin importar lo que Arthur hubiera hecho, su negativa a comer y su silencio absoluto provocaron que, tras varios dÃas, los guardias se vieran en un aprieto: el juicio estaba a la vuelta de la esquina, y si el prisionero morÃa de hambre antes, serÃa un problema.
—¿Por qué no come?
—Vaya usted a saber. En su estado, aunque reciba una sentencia leve, lo echarán del Imperio.
—¿Y nosotros qué culpa tenemos? Qué fastidio tener que hacer de carceleros de repente.
—Bueno, esta prisión casi nunca se usa. En fin, el juicio es pronto, asà que aguantemos un poco más.
Los guardias murmuraban entre ellos, indiferentes a si Arthur los escuchaba o no, mientras recogÃan el plato de comida intacto y salÃan. La puerta de la celda se cerró, pero Arthur ni siquiera alzó la vista.
Sus ojos, ocultos, estaban inyectados en sangre.
Desde el dÃa en que el Rey Demonio lo visitó, una misma voz resonaba sin cesar en su mente. Una voz que solo él podÃa oÃr, repitiéndole una y otra vez un mismo hecho:
—Hay que destruirlo.
—Hay que destruirlo.
—Hay que destruirlo.
—Hay que matarlo.
—Hay que matarlo.
—Hay que matarlo.
Destruir y matar. La voz no explicaba qué debÃa ser destruido.
Aturdido por el eco interminable, Arthur no podÃa pensar en nada. Solo escuchaba esa voz grabada a fuego en su mente, pasando las horas en un estupor.
—Ahora ve.
Y entonces, un dÃa, la voz que solo repetÃa lo mismo dijo algo diferente. Justo cuando Arthur estaba al borde de la locura.
«¿A quién?»
Arthur preguntó por reflejo.
«¿A quién hay que destruir y matar?»
Entonces, un rostro demasiado perfecto apareció en su mente. Un rostro que solo habÃa visto una vez, pero que, por una razón u otra, se le habÃa quedado grabado con fuerza. Era imposible no saber de quién se trataba.
Un hombre con cabello plateado espléndido y ojos morados como gemas. En el instante en que recordó ese rostro deslumbrante sonriendo con suavidad, Arthur alzó bruscamente la cabeza.
Creeeak.
Al mismo tiempo, la puerta de hierro de la prisión, que habÃa permanecido firmemente cerrada desde su encierro, se abrió con un chirrido escalofriante.
Y frente a la puerta abierta yacÃa aquella Espada Sagrada, confiscada inmediatamente después del incidente.
Arthur se incorporó de un salto.
No hubo vacilación en sus dedos al caminar hacia ella y asirla.
Salió de la prisión con naturalidad.
Nadie se interpuso en su camino.
* * *
Desde que se mudaron a la mansión, la Espada Sagrada a menudo se transformaba en humano sin disimulo.
Ahora que compartÃa habitación con Ketron, no habÃa razón para contenerse, y como todos sabÃan que era la verdadera Espada Sagrada, tampoco habÃa motivo para ocultarse.
Aunque la historia anterior era algo que Eddie no podÃa entender, no habÃa lugar para que Eddie cuestionara nada.
La Espada Sagrada, ya charlatana en su forma de arma, lo era igual en su forma humana. Se pegaba a Eddie como una lapa durante todo el tiempo que podÃa mantener su transformación.
Al principio, resultaba abrumador que un hombre de belleza deslumbrante lo abrazara por detrás, pero tras repetirse varias veces, Eddie se acostumbró. Claro que Ketron miraba al arma con ojos reprobatorios.
Aun asÃ, Eddie disfrutaba de su parloteo. Ketron no era de hablar mucho, y cuando todos menos él estaban ocupados, la Espada Sagrada cotorreando a su lado le brindaba un consuelo singular.
Aunque que lo abrazara por detrás haciendo ondular sus dos largas cintas seguÃa siendo agobiante.
El arma divina le contaba anécdotas triviales del dÃa o le hacÃa preguntas absurdas, pero a veces sacaba temas serios.
—Ketron necesita hacerse de compañeros.
Por ejemplo, eso. Eddie, que se dejaba abrazar dócilmente mientras soportaba el torrente verbal, giró la cabeza bruscamente hacia atrás, solo para encontrarse con un rostro tan deslumbrante que lo hizo volverse de nuevo sin pensar.
—¿Compañeros?
—SÃ. Por mucho que ese mocoso sea más fuerte que antes, no puede enfrentar al Rey Demonio solo.
Además, el Rey Demonio también parecÃa haber crecido en poder. Esas palabras enredaron aún más los pensamientos de Eddie, pero antes de que notara su consternación, la espada, torpe con las emociones humanas, soltó algo demoledor:
—Pero ¿qué hacemos? Dos traidores, uno en prisión... AgustÃn y él solos no bastarán.
Era precisamente el punto que atormentaba a Eddie. La razón por la que Ketron no podÃa partir de inmediato.
Arthur, aunque limitado en habilidad, era astuto y útil en las misiones. Y Boram, sin duda, era una maga poderosa.
Francamente, si bien Arthur no era crucial en el castillo demonÃaco, la ausencia de Boram, una maga excepcional, pesaba mucho.
No es que el Imperio careciera de magos fuertes, pero ¿al nivel de Boram? Pocos.
Quedaba el marqués Evans, pero su edad era un factor, y con su hija en prisión, precisamente por culpa del héroe, era incierto si ayudarÃa.
—Él también sabe que necesita aliados.
—...Seguro.
—Tendrá mucho en qué pensar. Con el Rey Demonio resucitado, debe actuar.
Tras dudar un momento, Eddie preguntó:
—¿Tiene que ser Ketron?
Era su sentir genuino. ¿DebÃa ser él?
—Sin ese mocoso, nadie más puede.
La espada fue categórica. Que no habÃa otro capaz. Eddie no pudo contener un suspiro agitado.
—Es peligroso.
—...¿Eso es amor?
Ante la pregunta abrupta, Eddie giró con expresión confusa. El arma lo miraba con ojos curiosamente brillantes. —Yo no entiendo bien el amor humano, pero ustedes me lo muestran. ¿Te preocupa Ketron? ¿Que se lastime, que sufra?
—...SÃ.
Siempre fue una de sus mayores preocupaciones. Le preocupaba que pudieran salir heridos fÃsicamente porque, claro, no solo Ketron, sino también quienes lo acompañaran, acabarÃan recibiendo heridas, grandes o pequeñas, pero… lo que más temÃa Eddie era que Ketron pudiera sufrir, no por el presente, sino por los recuerdos dolorosos del pasado que pudiera revivir.
—Él cree que es su deber. Que al poseer gran poder, debe usarlo para el bien.
—…
—Por eso ese mocoso se convirtió en el héroe. Porque era el indicado.
Asà de simple, la Espada Sagrada explicó por qué, como arma divina, habÃa elegido a Ketron. Una historia que ni siquiera aparecÃa en la obra original.
—Pero hubo un momento en que ese mocoso estuvo a punto de romperse.
Eddie no tuvo dificultad para entender a qué momento se referÃa. Hablaba de cuando Ketron yació derrumbado frente a su posada.
—El que se acercó entonces fuiste tú.
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