CapÃtulo 114
—Mmm.
Eddie tragó un suspiro.
El mercado cercano, al que solÃa acudir de vez en cuando con Ketron para hacer las compras, tenÃa pocos puestos abiertos.
Se dio cuenta de que habÃa estado demasiado desconectado del mundo exterior, encerrado en la mansión. HabÃa asumido que la gente seguirÃa comerciando pacÃficamente, como en el pasado.
Aunque la mitad de los puestos estaban abiertos, la otra mitad permanecÃa cerrada. Incluso los que habÃan abierto parecÃan hacerlo por inercia, sin esperar realmente clientes. De hecho, el bullicio habitual del mercado, donde antes la gente charlaba y los compradores abundaban, ahora estaba extrañamente silencioso.
Quizá por eso Eddie destacaba claramente en ese espacio. Ya de por sà su apariencia llamaba la atención, pero además, era imposible que nadie ignorara que era el joven dueño de la posada, el mismo que habÃa perdido su edificio entero tras un brutal bombardeo mágico.
Y mucho menos que el hombre del que se rumoreaba era su amante resultara ser el verdadero héroe que todos habÃan olvidado.
—¡No, Eddie! ¿Estás bien?
El verdulero, con quien Eddie solÃa llevarse bien debido a sus visitas periódicas, fue el primero en saludarlo asà en cuanto lo vio.
—Jaja, claro que estoy bien. ¿Por qué no iba a estarlo?
—¿Cómo que por qué? ¡Si tu edificio se vino abajo!
«Ah, cierto. El edificio se derrumbó».
Al pensarlo, era lógico que lo mencionaran. Eddie se rascó la mejilla.
—¡Y no solo eso, después de eso desaparecieron todos ustedes! Ay, todos estábamos preocupados.
—Ah, jaja, gracias.
Era comprensible. Los rostros que solÃan verse incluso solo para tomar una copa en la posada habÃan desaparecido de golpe, junto con el edificio. DebÃa haber causado confusión. Y quizá también preocupación, por el cariño que les tenÃan.
Agradecido por ese sentimiento, Eddie dio las gracias, y el verdulero dejó escapar un pequeño suspiro.
—Asà que el joven que vivÃa contigo era el verdadero héroe...
La frase, murmurada casi para sà mismo, hizo que la sonrisa de Eddie se volviera aún más incómoda. Para él, era algo que siempre habÃa sabido. El mundo simplemente lo habÃa descubierto tarde. Pero para los demás, debÃa ser una revelación explosiva.
El renacimiento del Rey Demonio. El héroe suplantado.
—Arthur, ese maldito.
Eso habÃa sido un punto en contra para Arthur. Después de todo, él también tenÃa cierta fama como compañero del héroe.
Aunque siempre hubo rumores de que no encajaba en ese papel, el hecho de que hubiera usurpado el lugar del héroe y que la verdad saliera tarde hizo que la ira de la gente, engañada durante tanto tiempo, fuera inimaginable. Un engaño de tal magnitud no se veÃa todos los dÃas.
Y para colmo, muchos lo miraban con recelo, sospechando que Arthur tenÃa algo que ver con el resurgimiento del Rey Demonio ahora que los recuerdos se habÃan restaurado. Las probabilidades de que Arthur pudiera recuperarse de alguna manera en el Imperio eran mÃnimas.
Nadie, ni siquiera Eddie, sentÃa lástima por eso.
El verdulero le entregó unos cuantos repollos como Eddie habÃa pedido. Se disculpó por su estado, alegando problemas en la distribución, pero en realidad no se veÃan tan mal.
Eddie, que habÃa comprado la cantidad máxima que podÃa cargar, estaba a punto de irse con su canasta cuando el verdulero, observándolo de reojo, le preguntó:
—¿Es verdad eso que dicen de que va a partir al frente?
«Ah».
La pregunta, hecha con expresión inquieta, hizo que Eddie vacilara un momento, sin saber qué decir. Pero finalmente asintió.
El verdulero dejó escapar un suspiro de alivio.
Para la gente común, la partida de Ketron era algo que anhelaban. En cambio, Eddie solo podÃa preocuparse por él.
HabÃa salido solo para comprar repollo, pero ahora su ánimo se habÃa ensombrecido.
Quizá el verdulero notó que su alivio habÃa sido demasiado evidente, porque carraspeó y trató de componer su expresión.
—Perdona, no tiene sentido que yo me alegre ante ti ahora, considerando que es tu pareja quien partirá a la guerra. Seguro no te da gracia.
—…No importa.
Eddie respondió por reflejo, pero sin querer, su rostro se llenó de perplejidad.
Que él y Ketron hubieran empezado formalmente su relación era algo relativamente reciente, asà que ¿cómo podÃa el verdulero estar tan seguro de que eran amantes?
Eddie, que no tenÃa ni idea de que ya eran una pareja bastante conocida en la capital, inclinó la cabeza con curiosidad.
Mientras tanto, el verdulero siguió hablando de cómo estaban las cosas últimamente. Como siempre charlaban sin parar cuando se veÃan, Eddie pronto olvidó su duda y se sumergió en la conversación. Pero entonces, el mercado, antes silencioso, de pronto se llenó de bullicio.
Al oÃr el murmullo de la gente alrededor, Eddie volvió la cabeza hacia el origen del ruido, preguntándose qué pasaba.
En la entrada del mercado, alguien estaba de pie.
Un hombre de rostro demacrado y ojeroso. La ropa que llevaba claramente habÃa sido elegante en el pasado ahora estaba tan sucia y gastada que resultaba imposible asociarla con un aristócrata.
Lo peculiar del hombre era que, además de su rostro hundido y esa ropa, empuñaba una espada.
«…Parece un loco de la LÃnea 1».
N/T: La frase viene de un meme en internet. Se dice que en la lÃnea 1 de Seúl algunas personas con trastornos mentales pueden encontrarse dentro. En un contexto latinoamericano, serÃa como decir «Ahà está el loquito del centro comercial».
Sin querer, Eddie tuvo ese pensamiento. Literalmente, parecÃa un demente.
—¿Qué, está loco o qué?
El verdulero también murmuró algo parecido al verlo, pero al notar el arma que llevaba, movió la cabeza con nerviosismo.
En ese mundo, los espadachines eran comunes, asà que un hombre con una espada no era motivo de sorpresa. Pero su aspecto era tan extraño que el verdulero le advirtió a Eddie con voz llena de cautela:
—Lo mejor es no meterse con los locos. Rodea por otro lado para evitarlo.
—Ah, sÃ.
Eddie asintió. Como el hombre estaba justo en la dirección en la que él iba, pensó en dar la vuelta y regresar a la mansión por otro camino.
Pero entonces, ¿por qué en ese momento le vino a la mente esa frase?
[—¡Los descuidos breves son los que traen tragedias!]
De pronto, las palabras que la Espada Sagrada le habÃa gritado antes de salir resonaron en su cabeza.
Qué pensamiento más nefasto.
Eddie se despidió del verdulero y se dirigió en dirección opuesta a donde estaba el hombre. Pensó que, aunque tuviera que rodear, la mansión no estaba lejos y llegarÃa pronto.
—Eddie.
Sin embargo, no pasó mucho antes de que Eddie tuviera que girarse bruscamente al escuchar una voz lúgubre a sus espaldas.
El hombre que habÃa estado en la entrada del mercado ahora estaba detrás de él, pronunciando su nombre con precisión.
Su voz áspera, como la de alguien que llevaba dÃas sin hablar, sonaba agrietada y nada agradable al oÃdo.
De cerca, el estado del hombre era peor de lo que parecÃa a la distancia. Ojos inyectados en sangre, ojeras profundas bajo unas cuencas hundidas, una barba descuidada y un aspecto sucio, como si llevara dÃas sin lavarse.
Pero lo que más destacaba eran sus ojos. Una mirada demacrada y brillante, cargada de locura, que se clavó en los de Eddie.
¿Por qué este hombre sabÃa su nombre?
Como si hubiera venido expresamente a buscarlo.
Instintivamente, Eddie pensó en huir. Ya de por sà no era buena idea tratar con locos, pero menos aún con uno que, como si Eddie fuera su objetivo, aparecÃa de la nada y pronunciaba su nombre con esa voz siniestra.
En ese momento, la mirada de Eddie se posó en la espada que el hombre sostenÃa. Grande, alargada, con un aura llamativa y hermosa.
…Una espada idéntica a la Espada Sagrada.
—…Ah.
Entonces, Eddie finalmente entendió quién era ese hombre. Cabello castaño, ojos marrones, rostro sin rasgos particularmente distintivos.
Eddie retrocedió. La mano que sostenÃa la canasta se tensó, y su mirada se clavó en esa espada idéntica a la Espada Sagrada pero impregnada de un aura siniestra que hasta él, ignorante en el tema, podÃa percibir.
Eddie odiaba las armas blancas. TodavÃa le repelÃan todas las que no fueran la auténtica Espada Sagrada.
Cualquiera que hubiera terminado su vida atravesado por una de ellas sentirÃa lo mismo.
Sin embargo, Eddie, que retrocedÃa, tuvo que detenerse de golpe.
¿Eh?
Su cuerpo no respondÃa.
No era esa rigidez que provoca el miedo. Era una sensación distinta, como si sus movimientos chocaran contra algo invisible. Una extraña parálisis que no le permitÃa ni pestañear.
«¿Por qué… no se mueve mi cuerpo…?»
Eddie jadeó con fuerza. Respirar era lo único que podÃa hacer. Su cuerpo, petrificado como si lo hubieran sumergido en cera, ni siquiera lograba mover las pupilas.
Entonces, un sonido horripilante resonó en sus oÃdos.
Criiic-cric-cric.
El chirrido de engranajes, como si hubiera estado esperando ese momento, retumbó en lo más profundo de su cerebro.
Pero ese sonido era distinto al que solÃa oÃrse cuando algo fallaba.
Era un ruido extraño, casi alegre, como si girara a toda velocidad. El más estruendoso, el más descomunal de todos los que habÃa escuchado allÃ, y al mismo tiempo, el más veloz.
Vio cómo el hombre, no, vio como Arthur alzaba la espada que empuñaba. SabÃa, sabÃa demasiado bien lo que harÃa después… pero su cuerpo ni siquiera intentó reaccionar.
De pronto, el recuerdo de su muerte pasada cruzó por su mente.
El cliente, ese al que nunca habÃa visto a pesar de ser de la zona, que se acercó de repente… y el instante en que le clavó el cuchillo en el vientre.
Lee Jeong-hoon no murió al instante por la puñalada.
Esa fue su desgracia.
Como no murió enseguida, ¿qué hizo aquel hombre?
…Giró la hoja media vuelta dentro de él. Ni siquiera pudo gritar. El dolor era demasiado. La agonÃa, insoportable.
Desde entonces, le aterrorizaba estar entre gente. Le temblaban las manos, siempre alerta ante la posibilidad de que cualquiera pudiera volverse contra él.
Aunque con el tiempo habÃa mejorado, Eddie seguÃa lidiando con ese miedo.
Por eso, ahora mismo, sabÃa demasiado bien lo que ocurrÃa. El puro terror le oprimÃa el corazón. SabÃa qué sufrimiento le esperaba.
Y cuando la falsa Espada Sagrada se hundió en su cuerpo, Eddie pensó:
«Odio, odio tanto las espadas».
Dicen que en el momento de la muerte ves tu vida pasar, pero en su primera muerte no hubo nada de eso. Solo el rostro difuso de sus padres antes de cerrar los ojos.
Pero esta vez, fue el rostro de Ketron el que apareció.
El hombre que, incluso cuando Eddie se obstinaba en guardar silencio, siempre le decÃa «te amo» con su mirada y sus actos.
Y entonces, todo se cortó.
Oscuridad.
Igual que la última vez.
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